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León ha compaginado la protección de su historia y su patrimonio cultural, incluida su tradición literaria, con una renovación continua de sus estructuras culturales.

De este modo, un barrio con un evidente sabor añejo como es el Húmedo, con sus calles enlosadas repletas de casas señoriales y plazas rodeadas de edificios nobles, acoge a los leoneses más inquietos. Jóvenes y no tan jóvenes buscan allí por el día las típicas tapas de cecina o pimientos que forman parte de la gastronomía local. Para las copas, el Húmedo comparte clientela con los alrededores de las calles Lancia y Burgo, que acogen a un público trasnochador con fama de ser de los más hospitalarios y divertidos de Castilla y León.

Una vez completada la visita al Húmedo, no se pueden dejar pasar los cuatro edificios que llenan León de visitantes durante todo el año. Quizá el que despierta más interés sea la Casa de Botines, obra de Gaudí, que diseñó una imaginativa obra neogótica llena de chimeneas y cuatro torres picudas en sus esquinas que le otorgan aspecto de castillo de cuento de hadas. También las coloridas vidrieras de la Catedral, de los siglos XIII al XVI, atraen a estudiosos y turistas de todo el mundo. Junto a él, los restos de la muralla romana llevan al visitante hasta la basílica de San Isidoro, que guarda en su Panteón Real unos frescos románicos que no hay que dejar de visitar. Su fachada, la puerta del Perdón, es lo más interesante que se puede encontrar paseando por la ciudad, junto con la portada plateresca del Hostal de San Marcos, antigua hospedería de peregrinos y actual Parador.

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